sábado, 28 de junio de 2014

Ella y la chica de pelo naranja.

Ella era la chica solitaria que se sentaba al fondo del bar, la que pedía una copa y bebía mientras observaba el mundo desde lejos. Sus ojos estaban cansados de mirar, su mente le decía «actúa», pero ella no reaccionaba. Ella no quería actuar, ni mucho menos. Ella deseaba morir. Podía verse en sus nudillos teñidos de un color rojizo, y en sus huesos, que parecían querer sobresalir del todo para rasgar su piel de papel. 

Quizá eso hubiese sido lo mejor, al menos para ella. Pero, si hubiera ocurrido, entonces yo no podría contar esta historia, porque ella no habría conocido a la chica de pelo naranja.

La chica de pelo naranja iba a aquel bar dos veces en semana. Los martes por la tarde y los viernes por la noche. A veces acompañada, otras veces sola. Ella había estado observándola. Había sido su punto de mira durante semanas, y, por alguna razón, no se cansaba de mirarla. Parecía tan llena de vida, tan feliz, que ella se preguntó si había posibilidades de que aquella chica le hubiese quitado todas sus ganas de vivir para quedárselas ella. Parecía probable. La chica de pelo naranja tenía toda la esperanza que le faltaba a ella.

Era viernes, el reloj del bar marcaba las 23.03. Ella estaba en su habitual esquina, al fondo y oculta de las miradas de la gente que quedaba aún en el bar, que bebían, reían y se divertían. Todos parecían tan felices que estaban a punto de darle arcadas.

Pero había dos personas que no alcanzaban ese nivel de felicidad. Para su sorpresa, una de esas personas era la chica de pelo naranja. Estaba sentada con un chico. La chica le miraba con repulsión, ira y tristeza, todo en una extraña combinación que hacía que ella quisiera ir a consolarla. Pero creo que adivináis que no lo hizo.

Así que la chica de pelo naranja volvió a mirar al joven sentado delante suya, con chispas saliendo por sus ojos azules, acompañadas de un par de lágrimas. Dentro de ella había demasiadas emociones. Explotaría en cualquier momento.

"Clementine," dijo él, poniendo su mano en el hombro de la chica "lo siento. Nunca quise hacerte daño."

Soltó un bufido, mientras todo dentro de ella seguía rompiéndose, y las lágrimas acabaron por nublar su vista. Se liberó del brazo del chico con un movimiento brusco, que hizo que él se alejara.

"Por supuesto. No querías hacerme daño. Por eso mandaste flores a aquella chica." usaba las palabras como cuchillas afiladas, pero parecía que él las esquivaba todas. No le afectaban en absoluto. Eso la hizo enfurecer aún más. "Gilipollas."

"Está bien. Veo que nada de lo que diga va a hacerte entrar en razón, así que... es mejor que me vaya. Adiós, Clementine." dijo, y un segundo después ya estaba cruzando la puerta.

La chica de pelo naranja se tiró en la silla. No quedaba nadie en el bar, excepto el tipo de la barra, ella y la chica de la esquina. Enterró la cara entre sus manos y se echó a llorar.

Ella seguía en la esquina, observando la escena. Su corazón de piedra consiguió reblandecerse al ver la apagarse felicidad de los ojos de la chica de pelo naranja. Se levantó con cuidado, procurando que ella no la viera.

"Hoy cierro yo, Carl, no te preocupes" susurró al hombre de la barra. Él asintió, cogió sus cosas y se fue. Ella ocupó su sitio tras la barra.

La chica de pelo naranja se le acercó.

"Otra copa, y que sea rápido" exigió, con los ojos rojos por el llanto.

Ella asintió y le sirvió la copa. Se puso una a ella misma. Beber un poco más de la cuenta no podía hacerle ningún daño. Cuando el daño ya está más que hecho, nada puede herirte más. Porque ya estás del todo herida.

Eran las 00.13 cuando una de ellas se decidió a hablar, aunque quizá fuera impulsada por el alcohol.

"¿Qué tienes en los nudillos?" dijo como pudo la chica de pelo naranja.

Ella aún no estaba borracha. No quería que el alcohol la llevara a hacer cosas que no quería.

"Cicatrices."

"Oh." susurró Clementine. La miró con una expresión que quizá fuera de tristeza, de compasión... o de comprensión. Después dio un trago más a la copa.

"¿Puedo preguntarte algo?" dijo con cuidado ella.

"Demasiado tarde. Ya lo has hecho." esbozó una sonrisa estúpida, las dos rieron, y después sacudió la cabeza. "Claro que puedes."

"¿Qué ha pasado con... ese chico?"

Los ojos de la chica de pelo naranja se congelaron por un segundo, pero después dijo:

"Bueno... Llevaba con él dos semanas. Tampoco podía esperar mucho de él. Me ha engañado con otra." se encogió de hombros.

"Lo siento."

"No tienes que sentirlo," hizo un gesto con la mano de no tiene importancia, aunque estaba claro que sí la tenía. "no es culpa tuya. Además, cuando estaba con él..., no sé explicarlo. Pero era como si no me sintiese bien del todo."

Ella asintió, tal vez demasiado rápido, pero fue porque sabía de lo que hablaba.

Clementine puso su mano sobre la de ella y la miró directamente a los ojos. Eran de un color azul celeste parecido al del cielo. Y, al igual que este, también transmitían tranquilidad. Incluso con su sangre ahogada en alcohol.

"Sé por lo que estás pasando." en ese momento, tenía la mirada fija en sus sangrientos nudillos. "Estuve en lo mismo hace años. Te diré algo; puede que la vida sea una mierda. Y lo es, créeme. Pero debemos buscar pequeñas cosas que hagan que esa mierda valga la pena."

Ella asintió, con un nudo en la garganta.

"Algún día, mirarás esas cicatrices y te sentirás orgullosa de haber sobrevivido a ti misma. Lo digo por experiencia." bajó la manga de su jersey, dejando al descubierto las suyas.

Sus rostros estaban a centímetros de distancia. Ella podía ver las lágrimas en las pestañas de Clementine, sus labios agrietados y las pequeñas pecas en su nariz. Todo en ella le parecía perfecto.

Entonces sus labios se rozaron. Ambas sintieron un escalofrío recorriendo su espina dorsal. Ella sonrió de verdad. La chica de pelo naranja parecía haberle cedido parte de su esperanza. Y ella la aceptó.

Y ese primer beso fue una de las cosas que hizo que la vida de ella volviese a valer la pena.

viernes, 27 de junio de 2014

Notas de una canción de The Beatles.

Como cada mañana, él despertó a las seis en punto de la mañana, con el cabello revuelto y ojeras bajo sus ojos verdes. Tomó una ducha de agua fría, se vistió y se dirigió a la cocina. Eran las 6.23.

Encendió la cafetera. El aparato emitió un familiar chisporroteo, y sonrió. Mientras el café se hacía, él pulsó el play en su reproductor de música. Una de sus canciones favoritas comenzó a sonar. She loves you.

Levantarse con el sonido de The Beatles se había convertido en una rutina, pero no una rutina de esas que te hacen sentir atrapado y cansado. Aquella rutina era lo único que conseguía animarle.

Tras tomarse el café, llegó la hora de que se pusiera a trabajar. Se sentó en su sillón favorito, en el que había escrito sus mejores historias, y colocó sus dedos sobre las teclas de la máquina de escribir. Últimamente, su inspiración había estado muy lejos y lo máximo que había escrito habían sido un par de líneas -que más tarde habían acabado en la basura-.

Blackbird parecía sonar desde lejos, o quizá era su mente la que se había alejado de allí. Pero por mucho que abandonaba la realidad y se hundía en lo más profundo de su mente, sus manos seguían quietas, sin escribir ni una palabra.


Tras Penny Lane, I want to hold your hand, I feel fine, Love me do, The long and winding road y Lucy in the sky with diamonds, decidió salir a pasear, con la esperanza de que la inspiración volviera en algún momento. Pero tras dos horas de caminatas desperdiciadas, tuvo que volver a casa, sin haber conseguido nada.

Semanas más tarde, ella llegó al edificio. Se instaló en el piso de arriba de él, que antes había sido de aquella señora anciana que solía quedarse dormida viendo programas de televisión de madrugada. Se había ido lejos, donde nadie la conocía. Ella estaba empezando de cero.

En aquel momento, se sentía tan vacía como aquel piso. Dentro de ella había algo erróneo, algo que estaba a punto de romperse. Era como una cuerda que a la mínima podía desgarrarse y dejarla caer. Decidió no hacer caso a ese estúpido sentimiento, dejó las maletas en el suelo, y suspiró. Eso de la nueva vida se veía mejor en su cabeza. La realidad era... muchísimo más fría.

Uno de los únicos muebles que había en aquella casa era una cama. Bueno, ni siquiera llegaba a ser cama. Era un viejo colchón colocado en el centro de una minúscula habitación. En ella también había una pequeña ventana, lo suficientemente baja como para que ella pudiera apoyarse en su marco. Detrás de esa ventana, sólo se veían luces. Luces de edificios, luces de coches, luces de farolas. Aquella ciudad le venía grande. No estaba segura de querer salir de su pequeño escondite... al menos no por ahora.

Se tumbó en el colchón, con su libro favorito en la mano, y dejó que las palabras la arrastraran hacia otro mundo. Leyó, leyó y leyó, hasta que le dolieron los ojos, y después, todo se volvió negro.

Algo la despertó a las seis en punto de la mañana y se preguntó cómo sus vecinos podían estar tan locos. Pero entonces se paró a escuchar la letra y no pudo evitar que apareciera una sonrisa en sus finos labios.

And when the broken hearted people living in the world agree, there will be an answer, let it be.

Antes de que pudiera darse cuenta, estaba cantando a pleno pulmón a través de la ventana, con la brisa de verano rozando en su cara. En ese momento se sintió como en casa. De nuevo.

Él escuchó a alguien cantando en el piso de arriba, y asomó la cabeza por la ventana para descubrir que la nueva vecina ya había llegado. Y, sorpresa, ella adoraba a The Beatles.

El viento hacía que su pelo color rojiza se apartase de su rostro. Ella tenía el aspecto de un pajarito. Ella era un pájaro con alas rotas aprendiendo a volar. Entonces, la chica se dio cuenta de que él la observaba. Le miró, con ojos color café que parecían tener el efecto de la cafeína para él, y sonrió. Él le sonrió, también. Fueron sonrisas inocentes. Las primeras de muchas. Él sintió algo dentro de él, como si tuviera miles de luciérnagas alojadas en su pecho, como si el corazón se le fuese a salir.

Él volvió a sentarse en el sillón. Volvió a colocar los dedos sobre las teclas de la vieja máquina. Volvió a escribir.

Ella canta The Beatles desde la ventana de arriba. Ella sonríe... y el mundo se para a contemplarla. Ella tiene unos ojos color café que pueden despertarte con tan solo una mirada. Ella es el principio de una historia que no ha hecho más que comenzar.

jueves, 26 de junio de 2014

Pétalos y humo.

Ella era la chica que te cruzaste una o dos veces cuando bajabas las escaleras, esa que te pareció tan extraña, esa que te llamó la atención. La misma que bajaba la cabeza cada vez que se cruzaba con alguien. Siempre quisiste pararte a observarla, pero, si hay algo que ella no te dio, fue tiempo. Ella llamaba la atención allí a donde iba, siempre acaparaba todas las miradas y todos los murmullos eran sobre ella. Pero nunca se quedaba mucho tiempo en el mismo sitio, porque no quería echar raíces. Quizá era absurdo, o quizá ella tenía sus razones y nunca nadie las conoció.

Porque ella se guardaba muchas cosas. Porque nadie llegó a conocerla jamás.

Lo diré claro: ella tenía el aspecto de un cadáver. Con esa tez pálida, ojos vacíos rodeados por ojeras, labios de papel y cuerpo esquelético lleno de pinceladas moradas, cualquiera hubiera dicho que padecía alguna enfermedad. Y puede que estuviera enferma, pero no de esa manera. Ella era una enferma psíquica. 

Pero, en ella, ese aspecto no se veía tan demacrado. Sus ojos vacíos nunca eran mirados directamente, así que nadie podía ver su dolor. Ella era efímera. Podías mirarla durante un solo segundo. Después, desaparecía de tu vista. En ese segundo, ella era hermosa.

Esa noche, estaba apoyada en el alféizar de su ventana, con un cigarro entre sus finos dedos y margaritas entre su cabello. Aquellas flores siempre estaban en su pelo. Nadie llegó a preguntar el por qué, así que el misterio quedará flotando en el aire para siempre. Porque tú siempre quisiste saber la respuesta, y ahora es demasiado tarde.

Ella observaba las estrellas, mientras daba caladas al cigarrillo y veía el humo ir hacia el cielo, que era oscuro, al igual que ella. El humo la relajaba. Verlo alejarse le hacía pensar en que ella no era la única que se iba lejos, la única que desaparecía. Ver el humo la reconfortaba.

"No puedes hundir tus penas en el humo de un cigarro", le habrías dicho tú, si hubieras estado allí.

Ella habría reído. Te habría mirado, y sus ojos oscuros se habrían iluminado por un segundo. Tú podrías haberla arreglado. Podrías haber unido sus pedazos, podrías haberla hecho vivir de nuevo. Ella habría vuelto a sonreír.

Lástima que el destino decidiera ser cruel con vosotros. Erais dos líneas paralelas. Con todo en común, pero destinadas a no cruzarse nunca. Erais una historia trágica que ni siquiera vosotros llegasteis a conocer.

Tú no estuviste allí esa noche, así que ella apagó su cigarro, con el maquillaje destrozado de nuevo por las jodidas lágrimas. Ella arrancó los pétalos de una de las margaritas de su cabello.

Me voy, no me voy.

Al arrancar el último pétalo, una lágrima cayó por su mejilla. En su pecho había un nudo extraño que la hacía sentir aún peor. Con el alma por los suelos y el corazón aún destrozado, se secó las lágrimas, hizo su pequeña maleta y cerró la puerta al salir.

Pasó por tu puerta una última vez. Acarició la puerta con cuidado, y se tapó la boca para ahogar un sollozo. Nunca llegó a conocerte, tú a ella tampoco. Pero ella sabía que iba a extrañar al chico que se había cruzado un par de veces por los pasillos, a ese que le parecía tan diferente.

Bajó el último escalón y salió a la calle. Tantos lugares por descubrir, tantos sitios en los que quedarse para después irse. No sabía por donde empezar. Así que, con dirección incierta, agarró su maleta y comenzó a caminar hacia ninguna parte.

Del por qué.

Todos tenemos historias que contar. Todos.

Esa chica que viste en el metro, esa con el maquillaje corrido, que observaba por la ventana con la mirada perdida, esconde palabras que nunca ha dicho. Hay una razón detrás de sus lágrimas. Siempre la hay. Ese chico que viste corriendo por la calle, con un ramo de flores en la mano y con el rostro iluminado con una sonrisa, tiene su propia historia. Esa chica de cabello celeste que reía como si fuera la persona más feliz de este planeta, se está muriendo por dentro. ¿Es que no viste el dolor en sus ojos?

Cada persona es miles de historias que nos perdemos. «Cada persona es un mundo», dicen. Y, por una vez, lo que dicen es verdad. Hay demasiados mundos que conocer. Pero una sola persona tiene el poder de cambiarnos la vida por completo.

Así que, con palabras derramadas a las tres de la mañana, una taza de café en la mano, y la brisa de verano de fondo, haré lo que pueda para contar estas historias. 

Y espero que os guste conocerlas.

-Margaritte