lunes, 22 de diciembre de 2014

Algún día te darás cuenta, de que no me gusta la tristeza.


Hace un año, te hubiera dicho que lo triste es bonito y que no trates de ayudarme. Hace un año, te hubiera llorado mientras afirmaba que estaba bien. Hace un año no te hubiera abierto mi corazón, porque hace un año no estaba calcinado. Hace un año se estaba quemando y hace un año que lo dejé arder.

Ahora, las cenizas no quieren lágrimas ni sonrisas de muñeca de porcelana que cae al suelo y se quiebra. No quiero que me digas que lo triste es bonito, porque lo dije una vez y ya no lo creo más, porque es ese pensamiento el que te destruye. Y, ¿sabes qué? Después no es fácil recomponerte.

No quiero que me digas que lo triste es bonito. Quiero risas tiradas al viento mientras corremos hasta quedarnos sin aire en los pulmones. Quiero que cantemos a los cuatro vientos esa canción que nos da esperanza, y no esas notas de piano que provocan lágrimas. Quiero hacer bromas y ser sarcástica, y quiero reír hasta no poder más. Quiero ser sincera y burlarme de mis defectos. Quiero dejar de querer y empezar a hacer. Pero, por favor, no pienses más que me gusta ser triste. Siento no decir cosas a la cara, pero me cuesta. ¡No quiero seguir así!

Quiero nadar en los ríos, observar a las estrellas y quiero gritar. Quiero contarte mis sueños y que dejemos de sentir pena. Quiero que riamos y que cantemos. Quiero que Fun y Passenger sean nuestra banda sonora, y quiero que deje de ser difícil sincerarme, porque no todo lo que digo son metáforas.

La persona que soy realmente no escribe poesía ni llora por las tardes. La persona que soy realmente fantasea con ir a una escuela de magia, hace duelos de hechizos con sus amigas y come pizza hasta explotar. La persona que soy realmente no es profunda ni poética, sin embargo, es lo que la han enseñado a ser.

No quiere serlo más. No va a serlo más.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Ilusiones.

Suena All About You, y por un momento creo poder importarle a alguien.

Lástima.

Es sólo una canción.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Un poco de realismo.

Y qué si sólo te escucha la máquina de escribir cuando tus dedos tiemblan sobre ella. Y qué si cuando crees que importas tan sólo es otra trampa en este juego absurdo. Y qué si no tienes a nadie cerca que pueda ayudarte. Y qué. Qué puedes hacer si ni siquiera sientes la fuerza de continuar tecleando. Si te comes los signos de puntuación mientras sientes que la oscuridad te come a ti. Y qué. Al fin y al cabo, no hay nada que puedas hacer para evitarlo. 

Hundámonos durante estos minutos oscuros.

  No tengo imágenes poéticas que añadir a esta entrada, pero sí palabras que se mueren por salir y aferrarse a algo. O quizá sólo se mueren. No quiero saberlo. Me he dado cuenta de muchas cosas durante las últimas dos horas, cosas que he tratado de ignorar durante mucho y que he negado a personas interesadas, que he ocultado a amigos y que ahora grito en silencio. Una de esas cosas es que no estoy bien. Sé que no te importa, a ti, a esa persona desconocida que sabe más de mi por una puta pantalla que quienes llevan años a mi lado, ni tampoco a aquellos que me conocen. A nadie le importa y no quiero mentiras. 

  No son tonterías. No son quebraderos de cabeza pasajeros, como digo a quienes tienen el valor de preguntar. No son simples sentimientos pasajeros. Es una tristeza pesada, que ha hecho las maletas y se ha instalado muy, muy dentro, en un lugar que ha hecho suyo, y del que no puedo echarla. Llevo así casi un año. Un año. Empezó siendo una estupidez.

   De vez en cuando se hace más fuerte y sé que no tengo a quien contárselo. Si tuviera a alguien cerca a quien le importara, [sé que nada cambiaría] podría confiar y llorar en un hombro en lugar de no hacerlo y pudrirme por dentro. Pero ya está hecho. Me he decepcionado tanto que he cavado mi propia tumba y construido mi propio ataúd.

  Tranquilos, desconocidos, es una maldita metáfora, como todo parece ser estos días. Y las metáforas son sólo eso, metáforas, ¿verdad?

  Húndamonos, querido desconocido. Hundámonos durante esos minutos oscuros en la tarde en los que nadie nos da la mano. Hundámonos en la miseria, aunque no escapemos. Hundámonos, y que sea en plural. Que no quiero que mi alma se rompa sola. Dame un corazón de cristales rotos con el que poder cortarme, aunque sea por amar. Al menos así tendría una razón para sentir este dolor.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Preguntas sin respuesta.



¿Puedes contarme por qué, el arcoíris que conocí esconde ahora sus risas entre grises? ¿Por qué sus sonrisas escondes lágrimas en blanco y negro? ¿Dónde quedó el color? A lo mejor me equivoco, pero quizá su mundo lo despintó. Oh, no sabes cuándo me gustaría volver a colorear ese lienzo. El blanco y negro es hermoso, pero no me gustaría que ella buscara hermosura en cosas que la hacen sufrir. Está atascada y me gustaría ayudarla. Si se diera cuenta de lo hermosos que eran sus colores... ¿Sustituiría ese blanco de sus mejillas, por el rosado de las nubes en el atardecer? ¿El grisáceo de las lágrimas por las sonrisas cobrizas? ¿La tristeza de sus ojos, por un brillo de alegría?

No creo poder saberlo. Ella está tan lejos. Y no puedo evitar pensar que yo fui quien comenzó a alejarla. ¿Por qué no quiere volver, a cuando este horrible mundo la tenía fuera de su alcance? ¿A cuando ella era brillo y no frío? Quizá es invierno, pero las estaciones no son eternas. Ella es frágil y fría, pero también hermosa. Y hay flores, que sobreviven en invierno. ¿Puedes, Winter, tratar de ver que eres una de ellas? Podrías ser Daphne, y yo podría cuidarte. Podrías sobrevivir a la tormenta y a los rayos del sol. Podrías darte cuenta de que sólo es imposible si no crees en ello.

¿Podrías, por favor, darme una respuesta?

jueves, 18 de septiembre de 2014

Canción de noche.

Camina conmigo
bajo la luz de la luna
y te contaré cómo
yo solía ser como ella.

Camina conmigo
en esta triste carretera,
mientras todo el mundo duerme
y sólo despiertan
las almas en pena.

Camina conmigo
y dejaré que tu mano
sea mi libro de poesía,
y llevaré entre mis dedos
entrelazadas tus rimas.

Y nuestras botas
pisarán
donde podríamos morir
si hubiera luz.

Pero sigue caminando,
porque quizá
después de esto
hayamos llegado a algún lado.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Poema en si bemol.

Nunca supe mucho de música,
ni de notas,
ni de escalas,
ni de arpegios.

Pero se de poemas.
Y tú eres la melodía
de estas rimas
sin rima,
tú eres el si bemol
de estas absurdas palabras.

Tú eres esa brisa de verano
que te hace sonreír,
que llena el vacío
en el que suelo vivir.

Eres la escala
desde mis lágrimas
hasta mi sonrisa.
Eres el arpegio
sin notas
pero sí con palabras.

Solía escribir notas nerviosas
en ese sucio pentagrama
hasta que llegaste tú.

Tuve que escribirte un gracias
por enseñarme que la vida
también es una melodía
en la que tú misma
puedes decidir la rima.

(winter,
esto es tuyo.)



Suspiros.


Un suspiro
y el tren que esperabas
ya no está.

Un suspiro
y las margaritas
se han marchitado.

Un suspiro es el tiempo
en el que todo se acaba,
basta un suspiro y no más
para que no quede nada.

En un suspiro estás lejos
de la ciudad que te vio crecer,
en un suspiro tus sueños
no vieron amanecer.

En un suspiro el cigarro
que tenías entre tus labios
cae al suelo, consumido.

Y en un suspiro una noche
decidiste
que habías tenido suficiente,
y fue el último.

miércoles, 9 de julio de 2014

Momentos.

Puede que, en algún punto de nuestra vida, lleguemos a pensar que esta es una mierda. Porque siempre llega ese punto en el que lo único que quieres es dormir, dormir y dormir, y no tienes ganas de nada. Ese punto en el que, por mucho que duermas, nunca es suficiente. Los psicólogos dicen que esto se debe a que, cuando alguien está deprimido, lo que quiere es dormir para siempre. Pero qué sabrán ellos de la vida, si la estudian como si de una ciencia se tratase.

La vida ni siquiera se acerca a ese término. La vida es incierta. Tiene subidas y bajadas, te caes y te levantas, pero nadie sabe cuántas veces más vas a caer. La vida es impredecible y a veces traicionera, es un buen sueño que, de buenas a primeras, se convierte en pesadilla. La vida no es una ciencia.

Pero, como siempre, me estoy yendo por las ramas. Estaba diciendo que todos tenemos esa época -a veces, épocas- en las que la vida se vuelve horrible. Todo es oscuro, frágil y débil, como un cristal que está a punto de romperse entre nuestras manos.

Incluso en estas malas rachas, hay cosas, pequeños momentos, en los que nos sentimos completos por un instante. Momentos por los que vale la pena seguir intentándolo. Son momentos como ese en el que estás escuchando música tirado boca arriba sobre la cama, inmerso en tus pensamientos, y de pronto te das cuenta de que estás cantando cada palabra de la letra de las canciones, y sonríes. O cuando una mañana te despiertas oyendo los golpes de la lluvia en el cristal de tu ventana, y sonríes mientras saboreas ese suave sonido. O cuando estás con tu hermana recordando los viejos tiempos, y piensas que al fin y al cabo, no os lleváis tan mal, que es bonito tener a alguien que, aunque diga que te odie, en el fondo te quiera. O cuando lees hasta que se te cierran los ojos, cuando ves el amanecer, cuando estás hablando con un amigo y te preguntas qué sería de ti sin ese idiota.

Son como pequeñas cuestas hacia abajo que hacen que el camino se te haga más fácil. Te ayudan a seguir caminando. Son pequeños instantes que te hacen sentirte infinito. Y, por ellos, vale la pena seguir adelante.

sábado, 28 de junio de 2014

Ella y la chica de pelo naranja.

Ella era la chica solitaria que se sentaba al fondo del bar, la que pedía una copa y bebía mientras observaba el mundo desde lejos. Sus ojos estaban cansados de mirar, su mente le decía «actúa», pero ella no reaccionaba. Ella no quería actuar, ni mucho menos. Ella deseaba morir. Podía verse en sus nudillos teñidos de un color rojizo, y en sus huesos, que parecían querer sobresalir del todo para rasgar su piel de papel. 

Quizá eso hubiese sido lo mejor, al menos para ella. Pero, si hubiera ocurrido, entonces yo no podría contar esta historia, porque ella no habría conocido a la chica de pelo naranja.

La chica de pelo naranja iba a aquel bar dos veces en semana. Los martes por la tarde y los viernes por la noche. A veces acompañada, otras veces sola. Ella había estado observándola. Había sido su punto de mira durante semanas, y, por alguna razón, no se cansaba de mirarla. Parecía tan llena de vida, tan feliz, que ella se preguntó si había posibilidades de que aquella chica le hubiese quitado todas sus ganas de vivir para quedárselas ella. Parecía probable. La chica de pelo naranja tenía toda la esperanza que le faltaba a ella.

Era viernes, el reloj del bar marcaba las 23.03. Ella estaba en su habitual esquina, al fondo y oculta de las miradas de la gente que quedaba aún en el bar, que bebían, reían y se divertían. Todos parecían tan felices que estaban a punto de darle arcadas.

Pero había dos personas que no alcanzaban ese nivel de felicidad. Para su sorpresa, una de esas personas era la chica de pelo naranja. Estaba sentada con un chico. La chica le miraba con repulsión, ira y tristeza, todo en una extraña combinación que hacía que ella quisiera ir a consolarla. Pero creo que adivináis que no lo hizo.

Así que la chica de pelo naranja volvió a mirar al joven sentado delante suya, con chispas saliendo por sus ojos azules, acompañadas de un par de lágrimas. Dentro de ella había demasiadas emociones. Explotaría en cualquier momento.

"Clementine," dijo él, poniendo su mano en el hombro de la chica "lo siento. Nunca quise hacerte daño."

Soltó un bufido, mientras todo dentro de ella seguía rompiéndose, y las lágrimas acabaron por nublar su vista. Se liberó del brazo del chico con un movimiento brusco, que hizo que él se alejara.

"Por supuesto. No querías hacerme daño. Por eso mandaste flores a aquella chica." usaba las palabras como cuchillas afiladas, pero parecía que él las esquivaba todas. No le afectaban en absoluto. Eso la hizo enfurecer aún más. "Gilipollas."

"Está bien. Veo que nada de lo que diga va a hacerte entrar en razón, así que... es mejor que me vaya. Adiós, Clementine." dijo, y un segundo después ya estaba cruzando la puerta.

La chica de pelo naranja se tiró en la silla. No quedaba nadie en el bar, excepto el tipo de la barra, ella y la chica de la esquina. Enterró la cara entre sus manos y se echó a llorar.

Ella seguía en la esquina, observando la escena. Su corazón de piedra consiguió reblandecerse al ver la apagarse felicidad de los ojos de la chica de pelo naranja. Se levantó con cuidado, procurando que ella no la viera.

"Hoy cierro yo, Carl, no te preocupes" susurró al hombre de la barra. Él asintió, cogió sus cosas y se fue. Ella ocupó su sitio tras la barra.

La chica de pelo naranja se le acercó.

"Otra copa, y que sea rápido" exigió, con los ojos rojos por el llanto.

Ella asintió y le sirvió la copa. Se puso una a ella misma. Beber un poco más de la cuenta no podía hacerle ningún daño. Cuando el daño ya está más que hecho, nada puede herirte más. Porque ya estás del todo herida.

Eran las 00.13 cuando una de ellas se decidió a hablar, aunque quizá fuera impulsada por el alcohol.

"¿Qué tienes en los nudillos?" dijo como pudo la chica de pelo naranja.

Ella aún no estaba borracha. No quería que el alcohol la llevara a hacer cosas que no quería.

"Cicatrices."

"Oh." susurró Clementine. La miró con una expresión que quizá fuera de tristeza, de compasión... o de comprensión. Después dio un trago más a la copa.

"¿Puedo preguntarte algo?" dijo con cuidado ella.

"Demasiado tarde. Ya lo has hecho." esbozó una sonrisa estúpida, las dos rieron, y después sacudió la cabeza. "Claro que puedes."

"¿Qué ha pasado con... ese chico?"

Los ojos de la chica de pelo naranja se congelaron por un segundo, pero después dijo:

"Bueno... Llevaba con él dos semanas. Tampoco podía esperar mucho de él. Me ha engañado con otra." se encogió de hombros.

"Lo siento."

"No tienes que sentirlo," hizo un gesto con la mano de no tiene importancia, aunque estaba claro que sí la tenía. "no es culpa tuya. Además, cuando estaba con él..., no sé explicarlo. Pero era como si no me sintiese bien del todo."

Ella asintió, tal vez demasiado rápido, pero fue porque sabía de lo que hablaba.

Clementine puso su mano sobre la de ella y la miró directamente a los ojos. Eran de un color azul celeste parecido al del cielo. Y, al igual que este, también transmitían tranquilidad. Incluso con su sangre ahogada en alcohol.

"Sé por lo que estás pasando." en ese momento, tenía la mirada fija en sus sangrientos nudillos. "Estuve en lo mismo hace años. Te diré algo; puede que la vida sea una mierda. Y lo es, créeme. Pero debemos buscar pequeñas cosas que hagan que esa mierda valga la pena."

Ella asintió, con un nudo en la garganta.

"Algún día, mirarás esas cicatrices y te sentirás orgullosa de haber sobrevivido a ti misma. Lo digo por experiencia." bajó la manga de su jersey, dejando al descubierto las suyas.

Sus rostros estaban a centímetros de distancia. Ella podía ver las lágrimas en las pestañas de Clementine, sus labios agrietados y las pequeñas pecas en su nariz. Todo en ella le parecía perfecto.

Entonces sus labios se rozaron. Ambas sintieron un escalofrío recorriendo su espina dorsal. Ella sonrió de verdad. La chica de pelo naranja parecía haberle cedido parte de su esperanza. Y ella la aceptó.

Y ese primer beso fue una de las cosas que hizo que la vida de ella volviese a valer la pena.

viernes, 27 de junio de 2014

Notas de una canción de The Beatles.

Como cada mañana, él despertó a las seis en punto de la mañana, con el cabello revuelto y ojeras bajo sus ojos verdes. Tomó una ducha de agua fría, se vistió y se dirigió a la cocina. Eran las 6.23.

Encendió la cafetera. El aparato emitió un familiar chisporroteo, y sonrió. Mientras el café se hacía, él pulsó el play en su reproductor de música. Una de sus canciones favoritas comenzó a sonar. She loves you.

Levantarse con el sonido de The Beatles se había convertido en una rutina, pero no una rutina de esas que te hacen sentir atrapado y cansado. Aquella rutina era lo único que conseguía animarle.

Tras tomarse el café, llegó la hora de que se pusiera a trabajar. Se sentó en su sillón favorito, en el que había escrito sus mejores historias, y colocó sus dedos sobre las teclas de la máquina de escribir. Últimamente, su inspiración había estado muy lejos y lo máximo que había escrito habían sido un par de líneas -que más tarde habían acabado en la basura-.

Blackbird parecía sonar desde lejos, o quizá era su mente la que se había alejado de allí. Pero por mucho que abandonaba la realidad y se hundía en lo más profundo de su mente, sus manos seguían quietas, sin escribir ni una palabra.


Tras Penny Lane, I want to hold your hand, I feel fine, Love me do, The long and winding road y Lucy in the sky with diamonds, decidió salir a pasear, con la esperanza de que la inspiración volviera en algún momento. Pero tras dos horas de caminatas desperdiciadas, tuvo que volver a casa, sin haber conseguido nada.

Semanas más tarde, ella llegó al edificio. Se instaló en el piso de arriba de él, que antes había sido de aquella señora anciana que solía quedarse dormida viendo programas de televisión de madrugada. Se había ido lejos, donde nadie la conocía. Ella estaba empezando de cero.

En aquel momento, se sentía tan vacía como aquel piso. Dentro de ella había algo erróneo, algo que estaba a punto de romperse. Era como una cuerda que a la mínima podía desgarrarse y dejarla caer. Decidió no hacer caso a ese estúpido sentimiento, dejó las maletas en el suelo, y suspiró. Eso de la nueva vida se veía mejor en su cabeza. La realidad era... muchísimo más fría.

Uno de los únicos muebles que había en aquella casa era una cama. Bueno, ni siquiera llegaba a ser cama. Era un viejo colchón colocado en el centro de una minúscula habitación. En ella también había una pequeña ventana, lo suficientemente baja como para que ella pudiera apoyarse en su marco. Detrás de esa ventana, sólo se veían luces. Luces de edificios, luces de coches, luces de farolas. Aquella ciudad le venía grande. No estaba segura de querer salir de su pequeño escondite... al menos no por ahora.

Se tumbó en el colchón, con su libro favorito en la mano, y dejó que las palabras la arrastraran hacia otro mundo. Leyó, leyó y leyó, hasta que le dolieron los ojos, y después, todo se volvió negro.

Algo la despertó a las seis en punto de la mañana y se preguntó cómo sus vecinos podían estar tan locos. Pero entonces se paró a escuchar la letra y no pudo evitar que apareciera una sonrisa en sus finos labios.

And when the broken hearted people living in the world agree, there will be an answer, let it be.

Antes de que pudiera darse cuenta, estaba cantando a pleno pulmón a través de la ventana, con la brisa de verano rozando en su cara. En ese momento se sintió como en casa. De nuevo.

Él escuchó a alguien cantando en el piso de arriba, y asomó la cabeza por la ventana para descubrir que la nueva vecina ya había llegado. Y, sorpresa, ella adoraba a The Beatles.

El viento hacía que su pelo color rojiza se apartase de su rostro. Ella tenía el aspecto de un pajarito. Ella era un pájaro con alas rotas aprendiendo a volar. Entonces, la chica se dio cuenta de que él la observaba. Le miró, con ojos color café que parecían tener el efecto de la cafeína para él, y sonrió. Él le sonrió, también. Fueron sonrisas inocentes. Las primeras de muchas. Él sintió algo dentro de él, como si tuviera miles de luciérnagas alojadas en su pecho, como si el corazón se le fuese a salir.

Él volvió a sentarse en el sillón. Volvió a colocar los dedos sobre las teclas de la vieja máquina. Volvió a escribir.

Ella canta The Beatles desde la ventana de arriba. Ella sonríe... y el mundo se para a contemplarla. Ella tiene unos ojos color café que pueden despertarte con tan solo una mirada. Ella es el principio de una historia que no ha hecho más que comenzar.

jueves, 26 de junio de 2014

Pétalos y humo.

Ella era la chica que te cruzaste una o dos veces cuando bajabas las escaleras, esa que te pareció tan extraña, esa que te llamó la atención. La misma que bajaba la cabeza cada vez que se cruzaba con alguien. Siempre quisiste pararte a observarla, pero, si hay algo que ella no te dio, fue tiempo. Ella llamaba la atención allí a donde iba, siempre acaparaba todas las miradas y todos los murmullos eran sobre ella. Pero nunca se quedaba mucho tiempo en el mismo sitio, porque no quería echar raíces. Quizá era absurdo, o quizá ella tenía sus razones y nunca nadie las conoció.

Porque ella se guardaba muchas cosas. Porque nadie llegó a conocerla jamás.

Lo diré claro: ella tenía el aspecto de un cadáver. Con esa tez pálida, ojos vacíos rodeados por ojeras, labios de papel y cuerpo esquelético lleno de pinceladas moradas, cualquiera hubiera dicho que padecía alguna enfermedad. Y puede que estuviera enferma, pero no de esa manera. Ella era una enferma psíquica. 

Pero, en ella, ese aspecto no se veía tan demacrado. Sus ojos vacíos nunca eran mirados directamente, así que nadie podía ver su dolor. Ella era efímera. Podías mirarla durante un solo segundo. Después, desaparecía de tu vista. En ese segundo, ella era hermosa.

Esa noche, estaba apoyada en el alféizar de su ventana, con un cigarro entre sus finos dedos y margaritas entre su cabello. Aquellas flores siempre estaban en su pelo. Nadie llegó a preguntar el por qué, así que el misterio quedará flotando en el aire para siempre. Porque tú siempre quisiste saber la respuesta, y ahora es demasiado tarde.

Ella observaba las estrellas, mientras daba caladas al cigarrillo y veía el humo ir hacia el cielo, que era oscuro, al igual que ella. El humo la relajaba. Verlo alejarse le hacía pensar en que ella no era la única que se iba lejos, la única que desaparecía. Ver el humo la reconfortaba.

"No puedes hundir tus penas en el humo de un cigarro", le habrías dicho tú, si hubieras estado allí.

Ella habría reído. Te habría mirado, y sus ojos oscuros se habrían iluminado por un segundo. Tú podrías haberla arreglado. Podrías haber unido sus pedazos, podrías haberla hecho vivir de nuevo. Ella habría vuelto a sonreír.

Lástima que el destino decidiera ser cruel con vosotros. Erais dos líneas paralelas. Con todo en común, pero destinadas a no cruzarse nunca. Erais una historia trágica que ni siquiera vosotros llegasteis a conocer.

Tú no estuviste allí esa noche, así que ella apagó su cigarro, con el maquillaje destrozado de nuevo por las jodidas lágrimas. Ella arrancó los pétalos de una de las margaritas de su cabello.

Me voy, no me voy.

Al arrancar el último pétalo, una lágrima cayó por su mejilla. En su pecho había un nudo extraño que la hacía sentir aún peor. Con el alma por los suelos y el corazón aún destrozado, se secó las lágrimas, hizo su pequeña maleta y cerró la puerta al salir.

Pasó por tu puerta una última vez. Acarició la puerta con cuidado, y se tapó la boca para ahogar un sollozo. Nunca llegó a conocerte, tú a ella tampoco. Pero ella sabía que iba a extrañar al chico que se había cruzado un par de veces por los pasillos, a ese que le parecía tan diferente.

Bajó el último escalón y salió a la calle. Tantos lugares por descubrir, tantos sitios en los que quedarse para después irse. No sabía por donde empezar. Así que, con dirección incierta, agarró su maleta y comenzó a caminar hacia ninguna parte.

Del por qué.

Todos tenemos historias que contar. Todos.

Esa chica que viste en el metro, esa con el maquillaje corrido, que observaba por la ventana con la mirada perdida, esconde palabras que nunca ha dicho. Hay una razón detrás de sus lágrimas. Siempre la hay. Ese chico que viste corriendo por la calle, con un ramo de flores en la mano y con el rostro iluminado con una sonrisa, tiene su propia historia. Esa chica de cabello celeste que reía como si fuera la persona más feliz de este planeta, se está muriendo por dentro. ¿Es que no viste el dolor en sus ojos?

Cada persona es miles de historias que nos perdemos. «Cada persona es un mundo», dicen. Y, por una vez, lo que dicen es verdad. Hay demasiados mundos que conocer. Pero una sola persona tiene el poder de cambiarnos la vida por completo.

Así que, con palabras derramadas a las tres de la mañana, una taza de café en la mano, y la brisa de verano de fondo, haré lo que pueda para contar estas historias. 

Y espero que os guste conocerlas.

-Margaritte