jueves, 26 de junio de 2014

Pétalos y humo.

Ella era la chica que te cruzaste una o dos veces cuando bajabas las escaleras, esa que te pareció tan extraña, esa que te llamó la atención. La misma que bajaba la cabeza cada vez que se cruzaba con alguien. Siempre quisiste pararte a observarla, pero, si hay algo que ella no te dio, fue tiempo. Ella llamaba la atención allí a donde iba, siempre acaparaba todas las miradas y todos los murmullos eran sobre ella. Pero nunca se quedaba mucho tiempo en el mismo sitio, porque no quería echar raíces. Quizá era absurdo, o quizá ella tenía sus razones y nunca nadie las conoció.

Porque ella se guardaba muchas cosas. Porque nadie llegó a conocerla jamás.

Lo diré claro: ella tenía el aspecto de un cadáver. Con esa tez pálida, ojos vacíos rodeados por ojeras, labios de papel y cuerpo esquelético lleno de pinceladas moradas, cualquiera hubiera dicho que padecía alguna enfermedad. Y puede que estuviera enferma, pero no de esa manera. Ella era una enferma psíquica. 

Pero, en ella, ese aspecto no se veía tan demacrado. Sus ojos vacíos nunca eran mirados directamente, así que nadie podía ver su dolor. Ella era efímera. Podías mirarla durante un solo segundo. Después, desaparecía de tu vista. En ese segundo, ella era hermosa.

Esa noche, estaba apoyada en el alféizar de su ventana, con un cigarro entre sus finos dedos y margaritas entre su cabello. Aquellas flores siempre estaban en su pelo. Nadie llegó a preguntar el por qué, así que el misterio quedará flotando en el aire para siempre. Porque tú siempre quisiste saber la respuesta, y ahora es demasiado tarde.

Ella observaba las estrellas, mientras daba caladas al cigarrillo y veía el humo ir hacia el cielo, que era oscuro, al igual que ella. El humo la relajaba. Verlo alejarse le hacía pensar en que ella no era la única que se iba lejos, la única que desaparecía. Ver el humo la reconfortaba.

"No puedes hundir tus penas en el humo de un cigarro", le habrías dicho tú, si hubieras estado allí.

Ella habría reído. Te habría mirado, y sus ojos oscuros se habrían iluminado por un segundo. Tú podrías haberla arreglado. Podrías haber unido sus pedazos, podrías haberla hecho vivir de nuevo. Ella habría vuelto a sonreír.

Lástima que el destino decidiera ser cruel con vosotros. Erais dos líneas paralelas. Con todo en común, pero destinadas a no cruzarse nunca. Erais una historia trágica que ni siquiera vosotros llegasteis a conocer.

Tú no estuviste allí esa noche, así que ella apagó su cigarro, con el maquillaje destrozado de nuevo por las jodidas lágrimas. Ella arrancó los pétalos de una de las margaritas de su cabello.

Me voy, no me voy.

Al arrancar el último pétalo, una lágrima cayó por su mejilla. En su pecho había un nudo extraño que la hacía sentir aún peor. Con el alma por los suelos y el corazón aún destrozado, se secó las lágrimas, hizo su pequeña maleta y cerró la puerta al salir.

Pasó por tu puerta una última vez. Acarició la puerta con cuidado, y se tapó la boca para ahogar un sollozo. Nunca llegó a conocerte, tú a ella tampoco. Pero ella sabía que iba a extrañar al chico que se había cruzado un par de veces por los pasillos, a ese que le parecía tan diferente.

Bajó el último escalón y salió a la calle. Tantos lugares por descubrir, tantos sitios en los que quedarse para después irse. No sabía por donde empezar. Así que, con dirección incierta, agarró su maleta y comenzó a caminar hacia ninguna parte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario